Se caracteriza por la evitación y selectividad de ciertos alimentos a partir de características sensoriales como el color, la textura, el aroma o sabor de la comida. El rechazo al alimento también puede aparecer por sentimiento de asco o miedo a atragantarse o vomitar.

Quienes padecen esta patología no experimentan distorsión de la imagen corporal ni temor a subir de peso.

Generalmente este síntoma es detectado a partir de consultas pediátricas, ya que quien lo padece no alcanza el requerimiento nutricional acorde a su edad. Muchas veces es confundido con las dificultades o vicisitudes que pueden ocurrir a partir de la incorporación de alimentos sólidos en los niños, por lo que es importante realizar un diagnóstico diferencial.

El trabajo con los padres y entorno familiar es fundamental para poder arribar a una evolución favorable en el tratamiento.

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